martes, 31 de julio de 2012

Diario del año del diagnóstico - Querido diario

Martes y jueves los chicos hacen algo que se llama Integración Vestibular. Es subirse sucesivamente a un conjunto de hamacas y una escalera colgante que la misma Alejandra engancha del techo cuando vamos terminando el taller anterior, llamado Atención Conjunta. A Esteban le gusta cuando Alejandra, la coordinadora de los talleres y directora del CIASI, dice “¡Cambiamos!”, para que cada chico pase de una hamaca a otra. Hay dos que son como hamacas paraguayas, una más alta y otra casi al ras del suelo; hay una que parece una silla, o el tapizado mullido de una silla, blanda, inestable, que hace movimientos de vaivén y giratorios; hay otra que es una cubierta de auto, colgada en posición horizontal; otra es una tabla, como las hamacas de plaza, pero sostenida por una sola cadena en el centro. Esta le genera especial resistencia a Esteban, todavía, y en cuanto lo subo empieza a decir “¡Cambiamos, cambiamos!”. En la escalera de soga, en cambio, se niega terminantemente a subir. Lo que más le gusta es el ejercicio que complementa este taller: saltar en la cama elástica, circular y protegida por una red de hilo. También se usan unas pelotas gigantes donde hay que acostarse o ponerse de pancita y balancearse. El objetivo es restablecer o estimular en los chicos el sentido del equilibrio, perturbado a veces por el TGD. Atención Conjunta consiste en sentarse en el suelo, cada uno con su papá o mamá, y entretenerse con diversos elementos que Alejandra va alternando: una hoja de diario, unos cochecitos, unas maderas, revistas. La consigna es que los padres no permitan distracciones, que cada chico se concentre en su acompañante y sus elementos. No es fácil; los pibes tienden a mirar las cosas de los otros después de un par de minutos, y algunos se levantan y se escapan a tomar algo ajeno. Integración Sensorial es parecido. En lugar de juguetes o cosas para entreneterse, se reparten elementos de diferentes texturas y consistencias: trozos grandes de telas (aterciopeladas, plásticas, transparentes), bolitas de gelatina, témperas, burbujeros, montoncitos de harina, de arena, de sal. También en el suelo, hay que explorar y manipular libremente todo esto. A Esteban le gusta pintarme la cara; una vez, entre las risas de las mamás, dije: “No puedo verme, pero ¡Ah, cuántos recuerdos…!”, y se rieron más. Atención Conjunta con Pares es similar al otro, pero con parejas de niño-acompañante jugando juntas, tratando de que los chicos interactúen entre sí. Es difícil a veces, según con quién nos toque; hay grados y grados de autismo… Un taller nuevo es el de Discriminación Auditiva. El jueves pasado falté al trabajo y pude ir por primera vez. Se hacen oír sonidos de animales (también de vehículos y otras cosas sonoras) y los chicos tienen que decir de qué se trata. Después se ilustra proyectando en una pantalla dibujos o fotos de tal animal, o barco, o campana. Esto, en suma, además de sus sesiones con la psicóloga y la fonoaudióloga (acerca de las que nada cuenta el lacaniano este), es el tratamiento de Esteban desde el mes de enero. También, desde mayo (tras arduos trámites), cuenta con una integradora escolar que lo acompaña en el jardín. Tratamiento interdisciplinario e intensivo, le dicen. Intenso sin duda que lo es. Vamos de lunes a jueves, todas las tardes, y martes y jueves también de mañana. No nos queda tan lejos, una media hora de colectivo y unas cinco cuadras para caminar; a él le gusta el viaje, que también es parte de la terapia, así que no me quejo. La preocupación o malestar adicional está dado por la frustración que siente Cristina al no poder llevarlo más que los jueves, debido a sus horarios de trabajo. Horarios normales, por cierto, de lunes a viernes, de 10 a 17, aproximadamente. El atípico laboral soy yo, trabajando de noche de jueves a domingo. Pero gracias a eso pudimos organizarnos para que Esteban no falte casi nunca. Yo lo llevo lunes, martes, miércoles y jueves de mañana; Cristina, los jueves a la tarde. Ella compensa, creo, esta ausencia formal en el tratamiento pasando sola con él todos los fines de semana, porque yo, o duermo, o voy a casa de madre, pero no se conforma y siente un poco de culpa. A propósito, para este tipo de cuestiones tenemos también en el CIASI una sesión semanal de Asesoramiento para Padres, además de la reunión de padres de los lunes. Y bueno, ahí estamos, trabajando con esto. Alejandra viaja a Cuba dos o tres veces por año. Está preparando un doctorado y también sigue capacitándose allá para estos tratamientos de “nuestros chicos”, como ella dice. Esto es algo que desde el principio me gustó de la institución, junto al perfil de los demás profesionales y el hábitat terapéutico que formaron en Témperley. Ahí no hablan de Londres o Nueva York o España, sino de Cuba y de República Dominica. Por eso escribí “admirable” la otra vez acerca de la gente del CIASI. Y Alejandra, sin que se le caigan los anillos y pergaminos, se sube a una silla tarde a tarde y cuelga ella misma las hamacas para el taller. (Lo siento, pero con el nuevo diseño que implementó Blogger no consigo establecer el punto y aparte.)

miércoles, 4 de julio de 2012

Mairal

De la iglesia que hay enfrente del sanatorio sacaron a la vereda como 200 libros. El trapito de la cuadra quizá exagere la cantidad; además, es poco creíble que haya sido un cura quien acarreó las cajas y atados; el trapito, un personaje legendario en esa zona de Palermo Chico, es dado a la fabulación. Pero, cura o personal de maestranza, el hecho es que la otra tarde, por una puerta lateral del templo, tiraron a la calle un montón de libros. En su mayor parte fueron cargados en su carrito por un cartonero que pasaba. El amigo cuidacoches, alegando su autoridad vial, pudo negociar algunos, parece, y los rescató en una bolsa de consorcio. Más tarde, cuando me contó el episodio, lo dejé a media fabulación y fui inmediatamente a la garita donde mi compañero se los guardaba. Entre los 20 o 25 volúmenes había de todo, pero nada que me deslumbrara: una biografía erudita de Mozart, el testamente filosófico de un pensador francés cuyo nombre no retuve, Jurasick Park, de Michael Chrichton, dos números de una enciclopedia de tapa dura llamada El tesoro de la juventud, un libro sobre psicoanálisis de Alianza Editorial, un par sobre botánica… Tan adocenado todo, tan impersonal y anodino me resultó, que no recuerdo casi títulos ni autores -raro en mí. Más que los libros, me interesó la historia que podría haber detrás de esa limpieza en la iglesia. Pero cuando metí la mano y saqué del fondo de la bolsa el último, ínfimo, casi imperceptible volumen, leo en su tapa: Tigre como los pájaros, Pedro Mairal, Botella al Mar. Ese se lo pedí al trapito y me lo traje para mí. Son los primeros poemas publicados por nuestro Parrafista Nº 653, que llegara a la voz de Hugo con su novela “El año del desierto”, recordada victoria de la compañera oyente María Suárez. Allí leo: “Quiero esa fe de los pájaros / cuando se arrojan al aire.” Y también: “Al atravesar una bocacalle del centro, / pocas veces advierto / que estoy bajo una cruz de cielo, / bajo una cruz enorme / de vértigos azules entre nubes.” Y también: “Cómo me entregaría / a la corriente atardecida del vino / si no supiera que la orilla / donde habría de dejarme / queda aún más cerca de la tristeza.” Y hay más, pero me lo reservo. Salud.